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sábado, 18 de diciembre de 2010

Magisterio, la eterna pregunta

En varias ocasiones me han preguntado para qué sirve la carrera de Magisterio, qué hacemos allí e incluso qué razón hay para que exista una titulación que todo el mundo se puede sacar con los ojos cerrados (en teoría).
Cuando estoy con estudiantes de otras carreras tengo la sensación de tener que justificar el trabajo que se hace en Magisterio, de tener que explicarme cada vez que menciono alguna actividad y la verdad, llega a ser frustrante. No es que no quieran entrar en razón, es que no son capaces de entender algo que les han enseñado desde pequeños: la educación es fácil y no tiene mayor importancia. Claro, luego llegan a la universidad chavales que no saben ni dónde está Salamanca, entonces los padres se acuerdan del profesor de geografía y de toda su familia.
La educación, sobre todo la de los primeros años, es fundamental. En esta etapa el niño adquiere un conocimiento sobre sí mismo y sobre su entorno, empieza a relacionarse con los adultos y con sus iguales y se va haciendo una idea del mundo en el que vive. Que sí, que sí, que eso está muy bien pero ¿qué pintan los adultos?
El adulto ofrece un modelo que el niño imitará, tanto si es bueno como si no, de ahí la importancia de preparar a los maestros, porque ellos serán (junto con la familia) un referente para los más pequeños. Por ejemplo, un maestro que se pasa el día crispado, levantando la voz y amonestando a todo aquel que se le ponga por delante, provoca miedo e inseguridad. Con él los niños se perderán muchas cosas positivas y llegarán a odiar la escuela.
Puede que la carrera no sea difícil, pero nos prepara (o debería) para enseñar, tener paciencia, formarnos continuamente, trabajar en grupo e individualmente, ser creativos y tantas otras cosas que los más pequeños necesitan de nosotros, que la lista sería interminable.
Muchas personas que han estudiado esta carrera me comentan que lo que más les llama la atención es la admiración que causan entre los niños, el respeto que los pequeños tienen a su “profe” o a su “seño” y la capacidad que tienen para sorprenderse con cosas que los adultos ya no apreciamos.
Por último, creo que es importante que los maestros tengamos la moral un poco alta y estemos seguros de lo que hacemos, aunque eso no quita la obligación de hacer autocrítica de vez en cuando. Recordemos que aquellos que no entienden nuestro trabajo son los que nos confiarán a sus hijos y nos pedirán consejos. En fin... para lo demás, paciencia.

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